¿A ustedes les sucede que se encuentran hablando solos o tienen el hábito de hacerlo? En ocasiones, he notado que me descubro a mí mismo en plena conversación conmigo mismo. Las veces que lo he notado, generalmente estoy tratando de convencerme de algo. Así es como comienza el Salmo 37, con un soliloquio, un diálogo en el que David habla consigo mismo, tratando de convencerse de lo que parece ser la injusticia de este mundo.
No te impacientes a causa de los malignos,
Ni tengas envidia de los que hacen iniquidad.
Porque como hierba serán pronto cortados,
Y como la hierba verde se secarán.
Confía en Jehová, y haz el bien;
Y habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad.
Salmo 37.1-3
Es como si David se dijera a sí mismo: "No te impacientes, David. No tengas envidia, David. Confía en Jehová, David". ¿Alguna vez se han dicho algo así a ustedes mismos? A veces estamos impacientes y no tenemos nada que nos tranquilice. Lo único que nos queda es respirar y decirnos a nosotros mismos: "Tranquilo, tranquilo", así como David se decía: "No te impacientes". Pero hay algo más que David se decía, y es la revelación que Dios quiere darte hoy: "Deléitate en Jehová". Quiero hablarte del poder que tiene cuando aprendemos a deleitarnos en Dios y cómo este acto activa la fe para declarar: "Y él te concederá las peticiones de tu corazón.
Deléitate en el Señor
Deléitate asimismo en Jehová... Salmo 37.4
El Salmo 37:4 nos llama a deleitarnos en el Señor. En ocasiones, como David, debemos convencer a nuestra alma para encontrar deleite en Dios. Especialmente cuando las circunstancias no nos están favoreciendo, este acto de convicción se vuelve esencial. No es solo un llamado a sentir gozo o alegría; es un llamado a una relación profunda con Dios, más allá de las experiencias superficiales.
El salmista nos está desafiando a reflexionar sobre la profundidad de nuestra conexión con Dios. Deleitarse no es simplemente disfrutar de momentos en la iglesia; es una experiencia de satisfacción profunda del alma con Dios. Es aquello que diferencia lo que se vuelve prioritario en nuestra vida. Puede haber placer en muchas cosas, pero el deleite es lo que hace que Dios sea una prioridad, que su presencia llene nuestras vidas de sentido.
En la vida, encontramos deleite en lo que nos apasiona y emociona, y Dios no debería ser la excepción. La constancia en la búsqueda de Dios surgen cuando Él se convierte en el motivo de nuestro deleite. Personalmente, descubrí a Dios en mi juventud, en una etapa donde el mundo ofrece diversas experiencias atractivas. Sin embargo, Dios llenó mi vida y su tiempo se convirtió en mi mayor deleite.
Después de muchos años, sigo encontrando en Dios la satisfacción plena. Entiendo que si lo tengo a Él, tengo todo y que fuera de Él no necesito nada. Este entendimiento no significa privación o restricción, sino en una plenitud que hace que los placeres del mundo pierdan su atractivo. Deleitarse en Dios no significa renunciar a la vida; más bien, es descubrir que en Él se encuentra la esencia de la verdadera vida. Este pensamiento muchas veces se malinterpreta como una restricción religiosa, pero en realidad, se trata de una plenitud que solo quienes han experimentado a Dios pueden comprender.
El verdadero dilema surge cuando los creyentes luchan por obedecer a Dios, lo cual indica que aún no han aprendido a deleitarse en Él. El acto de deleitarse en Dios no exige sacrificios forzados; más bien, llena nuestra vida de tal manera que los placeres efímeros del mundo se vuelven irrelevantes. Este es el secreto de la plenitud: no renunciamos a nada al seguir a Dios, encontramos todo en Él.
Él te concederá las peticiones de tu corazón.
Él te concederá las peticiones de tu corazón (Salmo 37.4).
Aquí volvemos a la intrigante pregunta que nos persigue a lo largo de nuestra serie: ¿Qué es lo que realmente deseas? En este momento, quiero que reflexionemos juntos: ¿Cuáles son esos deseos que laten en tu corazón? Nuestro corazón tiende a anhelar todo aquello que valoramos y consideramos significativo. Como bien dice la Biblia, "donde está nuestro tesoro, allí estará también nuestro corazón". Entonces, la tarea es clara: define con claridad lo que realmente anhelas.
Ahora, déjame aclarar un punto crucial: Dios no es un genio mágico que cumple nuestros deseos al frotar una lámpara. Aquí entra en juego una verdad fundamental del texto bíblico; el cumplimiento de los deseos del corazón está completamente ligado al deleite en el Señor. Cuando Dios se convierte en la fuente de deleite en tu vida, algo increíble sucede: te conectas íntimamente con Él. Te vuelves uno con Sus propósitos y empiezas a comprender lo que realmente deberías pedir. Aprendes a sintonizar tu corazón con el corazón mismo de Dios. A veces, tus deseos pueden no coincidir exactamente con lo que esperabas inicialmente, pero descubres que son lo mejor, alineándote así con la voluntad divina.
Ahora, independientemente de todo esto, si estamos decididos a seguir el ejemplo de David, quien se exhortaba a sí mismo a deleitarse en el Señor, esto no puede quedarse simplemente en palabras. Debemos ser intencionales en desarrollar hábitos que nos acerquen a Dios. No se trata solo de decirnos a nosotros mismos, "debo deleitarme en el Señor", sino de actuar en consecuencia. Esto implica destinar tiempo específico para estar con Dios, sin negociar nuestra asistencia a la iglesia los domingos. Debemos cultivar relaciones intencionales dentro de la comunidad cristiana para fortalecer nuestra comunión con Dios.
En conclusión, sumergirse en el deleite en el Señor no es solo una sugerencia sabia, sino una clave profunda para alinear nuestros deseos con la voluntad divina. El Salmo 37.4 nos invita a reflexionar sobre la esencia de lo que realmente anhelamos en nuestro corazón y nos revela que este deseo se cumple cuando hacemos de Dios la fuente de deleite en nuestras vidas. Deleitarnos en Él no solo nos conecta íntimamente con Sus propósitos, sino que también nos capacita para discernir y pedir según Su voluntad, llevándonos a experimentar la satisfacción más profunda que solo proviene de una comunión auténtica con nuestro Creador.
En este viaje de deleite en el Señor, descubrimos que no se trata solo de un ejercicio espiritual, sino de cultivar hábitos intencionales que fortalezcan nuestra relación con Dios. Desde dedicar tiempo en comunión hasta construir relaciones significativas en la iglesia, cada paso nos acerca más a comprender la belleza de deleitarnos en el Señor y experimentar la plenitud de una vida alineada con sus designios.
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