Mefi-Boset el niño herido.


Mefi-Boset el niño herido.

Seguramente todos conocemos la historia de Tarzán, han salido muchas películas y caricaturas sobre él. Ese niño que quedó solo en la selva y fue criado por monos. Lo llamaron el hombre mono. Y aunque era humano, actuaba como un animal, porque eso fue lo que aprendió a su alrededor.

Y aunque suena a caricatura o a película, en la vida real eso es posible. La ciencia le llama “neuronas espejo”, que es básicamente cuando imitamos lo que vemos, sobre todo desde los primeros años de vida. Así que si Tarzán vio monos, tenía que actuar como mono, porque era lo único que conocía.

Y pasa algo parecido en nuestras vidas, tal vez no nos criaron monos, pero sí fuimos formados por lo que vimos, lo que escuchamos, lo que sentimos desde pequeños. Todo lo que vivimos en nuestros primeros años nos forma, y eso, nos guste o no, nos hace ser los adultos que somos hoy.

Si de niño veías amor, seguridad, alegría, eso trataste de imitar. Pero si veías miedo, rechazo, gritos, golpes o indiferencia, también lo absorbiste, aunque no te dieras cuenta.

Y lo más fuerte es que eso se queda guardado, y aunque crecemos y tal vez ya ni recordamos todo lo que vivimos en la infancia, ya está registrado. Ya está adentro. Y aunque ya no nos tiramos al suelo a hacer berrinche (bueno, algunos nada más eso les falta), seguimos actuando como ese niño herido por dentro.

Tal vez ya no lloras en público, pero te enojas, te bloqueas, te cierras o te sientes inseguro igual que cuando eras niño.

Por ejemplo:

De niños, llorábamos porque queríamos algo ya.
De grandes, nos frustramos porque la vida no nos da todo rápido y andamos de mal humor o con ansiedad.

De niños, hacíamos berrinche cuando nos corregían.
De grandes, no aceptamos críticas, nos justificamos, nos ofendemos fácil.

De niños, si nos enojábamos, dejábamos de hablar.
De grandes, ignoramos, bloqueamos, dejamos en visto o cortamos relaciones.

De niños, si algo no salía como queríamos, llorábamos, gritábamos, hacíamos berrinche.
De grandes, andamos frustrados, decimos que "la vida es injusta", y vivimos quejándonos.

De niños, cruzábamos los brazos o hacíamos pucheros cuando nos llamaban la atención.
De grandes, nos cerramos, nos justificamos y decimos "así soy" para no cambiar.

De niños, cuando teníamos miedo, nos escondíamos o no hablábamos.
De grandes, evitamos conversaciones difíciles, nos aislamos o decimos "estoy bien" aunque estemos mal.

De niños, competíamos por la atención o por ser los preferidos.
De grandes, buscamos aprobación en redes, en relaciones tóxicas, en logros, en la imagen.

De niños, queríamos todo rápido, al instante.
De grandes, no sabemos esperar procesos, nos desesperamos y nos llenamos de ansiedad.

De niños, si alguien nos hacía sentir menos, llorábamos o nos alejábamos.
De grandes, cortamos vínculos, nos aislamos, nos cerramos emocionalmente.

Muchos adultos no están mal porque sean malas personas, sino porque su niño interior nunca sanó, nunca maduró ciertas áreas. Y aunque sus reacciones hoy se vean diferentes, siguen apareciendo por lo mismo: inseguridad, rechazo, necesidad de amor, necesidad de sentirse vistos o valiosos.

En la biblia encontramos la que considero la historia mas ejemplar sobre este tema que es la historia de Mefi-boset. Así que veamos algunas lecciones importantes que nos da esta historia.

Heridas de la infancia

“Y Jonatán, hijo de Saúl, tenía un hijo lisiado de los pies. Tenía cinco años de edad cuando llegó de Jezreel la noticia de la muerte de Saúl y de Jonatán, y su nodriza le tomó y huyó; y mientras iba huyendo apresuradamente, se le cayó el niño y quedó cojo. Su nombre era Mefi-boset.” (2 Samuel 4:4)

Imaginen esto: El reino está en caos. Las noticias de la muerte del rey y su hijo llegan como una bomba. La guerra lo ha destruido todo. Hay gritos. Llantos. Gente corriendo por todas partes. Una mujer, la nodriza, va corriendo por los pasillos del palacio con un pequeño de cinco años en brazos. Teme por la vida del niño, pues en esos tiempos se solía matar a los herederos. No sabe si los soldados enemigos están cerca. Solo sabe que ese niño es descendencia real y su vida corre peligro. Pero, en la prisa, el niño cae. Un grito de dolor se escucha. Hubo una fractura. La nodriza lo recoge. No hay tiempo para lamentos, solo tiene que huir. Pero, sin duda, ese día marcó a ese niño para siempre.

La historia de Mefi-boset es como la de muchos de nosotros. Un niño que apenas estaba comenzando a entender la vida. A los cinco años ni siquiera entiendes lo que pasa a tu alrededor. Muchos de nosotros fuimos marcados en la infancia, sobre todo por cosas que no elegimos, cosas que pasaron sin que tuviéramos la culpa, cosas que dejaron heridas o consecuencias que seguimos cargando aún de adultos.

El pasaje habla de la muerte de Is-boset, pero hace un paréntesis de hace dos años, cuando llegó la noticia de la muerte de Saúl y Jonatán, o sea, una tragedia. Ya de por sí era un mal momento para el reino y para el pequeño Mefi-boset, que no entendía nada de lo que estaba pasando.

Vemos que la nodriza, quien estaba a cargo del niño, lo tomó y huyó. Y es aquí donde la historia nos muestra una verdad fuerte: a veces, las personas que debían cuidarnos, protegernos o guiarnos, también estaban asustadas, también estaban huyendo, o reaccionaron por miedo. Es claro que ella no quería hacerle daño, ella solo quería huir, pero en su desesperación se le cayó el niño, y dice la Biblia que quedó lisiado de los pies. Fue un accidente, pero un lamentable accidente.

Esta es una historia para casos de la vida real. A veces, las personas que debían cuidarnos nos lastimaron sin querer, pero lo hicieron. A veces, las personas que nos amaban también estaban rotas. A veces, los que nos querían proteger lo hicieron mal… y nos caímos.

Hay gente que no quedó lisiada de los pies, pero quedó lisiada de la autoestima, de su identidad, de su manera de confiar, de sus relaciones, de su fe. Y todo comenzó en una etapa de la vida donde éramos vulnerables, donde otros tomaban decisiones por nosotros.

Mefi-boset no se cayó solo. Alguien lo dejó caer. Y eso es lo que muchos vivimos: caídas que no fueron culpa nuestra. Tal vez tu caída fue el rechazo, o el abandono, o el dolor, o las carencias, o los traumas. Y eso te marcó desde la niñez.

Hoy tal vez no tienes una herida física, pero sí una herida emocional. Tal vez no elegiste lo que viviste… pero sí puedes decidir qué harás hoy con eso.

Viviendo en el rechazo.

Dijo David: ¿Ha quedado alguno de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia por amor de Jonatán? 2 Y había un siervo de la casa de Saúl, que se llamaba Siba, al cual llamaron para que viniese a David. Y el rey le dijo: ¿Eres tú Siba? Y él respondió: Tu siervo. 3 El rey le dijo: ¿No ha quedado nadie de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia de Dios? Y Siba respondió al rey: Aún ha quedado un hijo de Jonatán, lisiado de los pies. 4 Entonces el rey le preguntó: ¿Dónde está? Y Siba respondió al rey: He aquí, está en casa de Maquir hijo de Amiel, en Lodebar. 5 Entonces envió el rey David, y le trajo de la casa de Maquir hijo de Amiel, de Lodebar. 6 Y vino Mefi-boset, hijo de Jonatán hijo de Saúl, a David, y se postró sobre su rostro e hizo reverencia. Y dijo David: Mefi-boset. Y él respondió: He aquí tu siervo. 7 Y le dijo David: No tengas temor, porque yo a la verdad haré contigo misericordia por amor de Jonatán tu padre, y te devolveré todas las tierras de Saúl tu padre; y tú comerás siempre a mi mesa. 8 Y él inclinándose, dijo: ¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro muerto como yo? 2 samuel 9:1-8

Seguramente muchos ya conocen esta parte de la historia de Mefi-boset, pero quiero que la veamos más despacio, con esos detalles que a veces uno no nota, porque aquí hay mucho más de lo que podemos ver.

Primero, David pregunta si queda alguien de la casa de Saúl, y no es porque extrañe a Saúl. Más bien, David lo hace por la promesa que hizo a Jonatán, su amigo. Y aquí es donde comenzamos a ver la obra restauradora de Dios. Aquí vemos gracia, ese favor inmerecido que no se basa en lo que tú haces o mereces.

Después aparece Siba, el siervo de la casa de Saúl, y notemos su respuesta: “Aún ha quedado un hijo de Jonatán, lisiado de los pies”. Mire algo importante: Siba no dice su nombre, no dice sus cualidades, lo define como lisiado. Como mucha gente hace hoy en día. La gente, sin darse cuenta, es cruel, porque se les hace más fácil decir algo que notan en ti, que decir tu nombre. Se refieren a ti por algo, pero no por quién eres tú. Te etiquetan por tus caídas, por tus errores, por tus heridas. Pero Dios no ve eso en tu vida, Dios te ve por quién eres.

Lo siguiente que vemos es que Mefi-boset vivía en el rechazo, distante de todo lo que era el reino. No se sabía dónde estaba, se tenía que preguntar por su paradero. Las personas que han sufrido heridas suelen aislarse de los demás, alejarse de lo que les daba valor. Normalmente es porque temen volver a ser heridos, así que deciden cortar con todo lo que represente una amenaza para ellos.

Se dice que estaba en Lodebar, que significa “lugar seco”, sin pasto, sin palabra, sin comunicación, un lugar olvidado. Es interesante cómo los nombres de los lugares coinciden con las circunstancias de las personas. Estaba escondido, viviendo en la sombra, en la vergüenza, sintiéndose descartado.

Pero David pregunta: “¿Dónde está?” Y eso me encanta, porque habla de que, aunque estés en el olvido, en un lugar roto o seco, sin pasto, Dios te busca, y te va a llamar a salir de ahí, aunque no creas merecerlo.

Y cuando Mefi-boset llega, podemos ver en su lenguaje la vida de rechazo que ha llevado. “¿Quién es tu siervo, para que mires a un perro muerto como yo?” Así se veía él, como un lisiado, sin valor, alguien olvidado, un perro… pero no solo un perro, sino uno muerto. Parece exageración, pero muchos no se dan cuenta que hablan así, cuando la vida los ha golpeado, cuando crecieron con heridas, traumas o rechazos. Se han convencido de que no valen, que no merecen amor, que no tienen derecho a estar bien. Viven del “aunque sea”, del “por lo menos”.

Pero las palabras de David nos recuerdan la voz de Dios que dice: “No tengas temor, haré contigo misericordia, te devolveré todo lo que perdiste y comerás siempre a mi mesa”.

Note que lo primero que Dios quiere eliminar de nuestra vida es el miedo. Muchos de los rechazos que vivimos en el pasado nos causaron miedo. Hoy, mucho de lo que no nos atrevemos a hacer es por miedo a que se vuelva a repetir lo que ya vivimos. Mefi-boset tiene miedo. Tal vez a que David lo elimine como descendiente de Saúl, o simplemente tiene miedo al rechazo, miedo a la burla con la que tal vez creció. Y si pensamos más, podría tener miedo a creer que algo bueno puede salir de ahí, pero se niega a creerlo.

David le habla de la gracia que ha hallado y la misericordia que le mostrará. Pero eso no es todo, le dice que le devolverá sus bienes, es decir, lo restaurará. Esta restauración es completa, no solo se trata de lo material, sino también de lo emocional y de la identidad.

Muchos creen que necesitan riqueza para que las personas los acepten o los valoren. Es por eso que la gente busca tanto lo material. Pero no solo se trata de riqueza, se trata de identidad, de emociones. Alguien puede obtener lo material, pero el corazón lisiado puede seguir doliendo.

Hoy no importa si te caíste. No importa si estás lejos, en tu “Lodebar”. No importa si otros solo ven tus heridas. Dios te sigue viendo como su hijo, te dice: “No temas” y quiere restaurarte, no solo en parte, sino completamente.

Sentado en la mesa del rey.

Entonces el rey llamó a Siba siervo de Saúl, y le dijo: Todo lo que fue de Saúl y de toda su casa, yo lo he dado al hijo de tu señor. 10 Tú, pues, le labrarás las tierras, tú con tus hijos y tus siervos, y almacenarás los frutos, para que el hijo de tu señor tenga pan para comer; pero Mefi-boset el hijo de tu señor comerá siempre a mi mesa. Y tenía Siba quince hijos y veinte siervos. 11 Y respondió Siba al rey: Conforme a todo lo que ha mandado mi señor el rey a su siervo, así lo hará tu siervo. Mefi-boset, dijo el rey, comerá a mi mesa, como uno de los hijos del rey. 12 Y tenía Mefi-boset un hijo pequeño, que se llamaba Micaía. Y toda la familia de la casa de Siba eran siervos de Mefi-boset. 13 Y moraba Mefi-boset en Jerusalén, porque comía siempre a la mesa del rey; y estaba lisiado de ambos pies. 2 Samuel 9.9-13

David le devuelve todo lo que era de Saúl, pero de nuevo, no se trata solo de riqueza, sino de su linaje, su dignidad, su herencia, su posición, su respeto. Él creyó que lo iban a matar, pero recibió gracia, recibió lo que nunca se imaginó.

Esto nos recuerda que muchas veces creemos que Dios solo nos va a recibir, que solo quiere perdonarnos, pero su plan siempre va mucho más allá de lo que pedimos o entendemos. Él quiere restaurar lo perdido, devolvernos dignidad y propósito. ¿Qué mejor que eso? Eso es más que riqueza y poder: es valor.

Mefi-boset estaba lisiado, no podía trabajar la tierra, pero David manda a Siba —sí, al mismo que se refería a él como “el lisiado”— y también a sus siervos, quince hijos y veinte siervos, a trabajar para él. Aunque físicamente estaba limitado, la gracia lo posicionó. Tal vez hay áreas que son difíciles para nosotros por nuestro pasado marcado, pero Dios sabe cómo compensar nuestras debilidades para que siempre podamos salir adelante.

Mucha gente se siente inútil, piensa que no puede avanzar por sus traumas o limitaciones, pero cuando Dios decide levantar a alguien, hasta otros terminan trabajando para que esa persona cumpla su propósito.

Después vemos una parte que me resulta poderosa: David lo sienta como uno de los hijos del rey. No, no es un invitado, no es por lástima, no es por pena. Lo hace parte de la familia real. Y eso es lo que Dios quiere que volvamos a sentir: el amor real a nuestro alrededor. Que volvamos a experimentar plenitud en nuestra vida. Que no nos limite nuestro pasado. Que sepamos que podemos vivir en plenitud, a pesar de lo que hemos vivido.

Una parte interesante es que se menciona que Mefi-boset tenía un hijo, Micaía, lo que indica que, aunque estaba lisiado, su vida siguió. Formó una familia. Lo que parecía su final, no lo fue. Su discapacidad no lo detuvo para ser padre.

La Biblia dice que moraba en Jerusalén y comía siempre en la mesa del rey, como siempre debió ser su vida, como la de un príncipe. Lodebar quedó en el pasado. No volvió a esconderse, permaneció en el lugar de gracia.

Algunos interpretan que cuando se sentaba a la mesa del rey era como los demás, no se veía su discapacidad. Y aunque su cuerpo tenía una marca, su posición fue restaurada.

Aun así, es triste que muchos a quienes Dios quiere restaurar prefieren mantenerse lejos, en el exilio. Quieren regresar al pasado. Pero cuando experimentas el amor pleno de Dios, sabes que no hay comparación y que no hay como estar en su mesa.

Hoy tal vez no pudiste escoger lo que viviste de niño. No decidiste tus heridas, ni el rechazo, ni los vacíos. Puede que la vida te haya dejado lisiado emocionalmente. Tal vez las caídas te hicieron sentir menos, roto, sin valor. Pero sin duda, eso no define quién eres, ni hasta dónde puedes llegar.

Hoy quiero recordarte que Dios todavía te llama. No importa si vienes de la tierra del olvido, del dolor, de la vergüenza. No importa si te sientes como Mefi-boset, como un “perro muerto”. Si por mucho tiempo en tu mente solo ha habido inseguridad. Si llevas años sin reconocer tu verdadero valor, Dios no se ha olvidado de ti.

Dios quiere sanarte, quiere devolverte tu lugar. Te quiere a la mesa. Como hijo, como parte de la familia. Me encanta pensar que la gracia de Dios no busca gente perfecta, busca gente dispuesta a dejar el pasado atrás y decir: “Voy a sentarme donde siempre debí estar: junto al Rey”.

Hoy es el día de dejar el rechazo, la culpa y los complejos. Hoy es el día de ocupar tu lugar en la mesa. Porque aunque la vida te haya herido sin causa, Dios te ama y tiene un propósito grande para ti.

Salmo 34:4
"Busqué al Señor, y él me respondió; me libró de todos mis temores."

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