Más allá de la apariencia


Más allá de la apariencia

¿Alguna vez se ha sentido decepcionado por algo que, a simple vista, parecía ser excelente, pero que al final no era lo que esperaba? Tal vez una comida que parecía deliciosa, una película que prometía ser increíble, o incluso algún producto llamativo en una tienda de internet que, al adquirirlo, resultó ser todo lo contrario a lo que imaginábamos. Todos hemos pasado por esa experiencia de tener altas expectativas y luego enfrentarnos con la desilusión de que lo que parecía prometedor no era lo que esperábamos.

Lo curioso es que no somos los únicos que hemos experimentado este tipo de decepción. En una ocasión, Jesús vio una higuera que, desde fuera, parecía ser una buena planta, llena de hojas, y parecia que tendría frutos. Sin embargo, al acercarse a ella, no tenía nada que ofrecer. Esto fue un momento para que Jesús como siempre aprovechara para dar una lección, ya que esperaba que la higuera le proporcionara frutos, pero no tenía. Aunque la higuera tenía una apariencia externa atractiva, su falta de fruto mostró la realidad oculta que no era lo que parecía prometer.

Lo interesante es que las higueras están asociadas con el tema de la esterilidad en la Biblia. Aunque no siempre entendemos del todo por qué se usa este símbolo, Jesús habló de este tema en dos ocasiones, y ambas veces la higuera se presentó como aquello que, a pesar de su apariencia exterior, no estaba produciendo lo que se esperaba. De la parabola de Lucas 13:6-9 veamos las siguientes lecciones.

No te quedes solo en la apariencia

Entonces les contó esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo, pero cuando fue a buscar fruto en ella, no encontró nada.» Lucas 13:6

No sé por qué los seres humanos somos tan dados a valorar la apariencia; supongo que debe ser algo natural. Valoramos y juzgamos por lo que vemos, nos interesan las cosas materiales, somos atraídos por lo vistoso de las cosas, también nos interesa el aspecto físico. Pero pocas veces consideramos lo interno. Como Dios le dijo a Samuel: "No mires la apariencia, porque Dios no ve lo que los hombres ven." Así que, aunque nos guste y nos atraiga la apariencia, la Biblia nos enseña que lo que realmente importa no es lo que se ve, sino lo que está en el interior, y en este caso, el fruto.

Este hombre había estado buscando fruto en la higuera, la cual seguramente tenía toda la apariencia de dar fruto, pero cada vez que venía a buscarlo no lo hallaba. En la iglesia, la apariencia también puede ser un problema. Aunque no lo creamos, a veces la apariencia para algunos cristianos tiene más importancia que los frutos, la apariencia en todos los sentidos. Pero la vida cristiana no se evalúa por la apariencia, sino por los frutos.

Incluso a veces podemos  hacer cosas que parecen ser importantes o sobresalientes, pero eso no es suficiente.

Mateo 7:22-23: “Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?’ Entonces les diré claramente: ‘Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!’”

Mateo nos menciona las acciones que son de las más llamativas que la iglesia pueda tener: expulsar demonios, profetizar, hacer milagros. Si estas cosas son solo apariencias ¿Qué otras cosas podrían ser apariencia y no nos damos cuenta? A veces cumplimos con las reglas por costumbre, pero sin pasión, lo cual es solo apariencia, sin verdadero fruto. Incluso podemos confundir los bienes materiales con la bendición de Dios, pero aunque estos también provienen de Él, no significa necesariamente que sean la verdadera bendición.

Como iglesia, podemos hacer muchas cosas que aparentan ser importantes, pero esas no son las que Dios está buscando en nosotros. Lo que Él quiere es el fruto verdadero, y este se refleja cuando adoramos genuinamente, cuando dejamos de cantar por cantar y realmente nos conectamos con Dios. Cuando, como iglesia, somos una bendición para los que nos rodean, donde sea que estemos. Cuando crecemos en madurez y en hambre por la palabra, no solo en número, sino también espiritualmente. Así que la pregunta es: ¿Qué frutos estoy mostrando? ¿Son genuinos o solo hojas bonitas?

Aprovecha el lugar en el que fuiste plantado

Así que dijo al viñador: “Mira, ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no he encontrado nada. ¡Córtala! ¿Para qué ha de ocupar terreno?” Lucas 13:7

Este es un versículo que siempre me ha llamado la atención, especialmente esta parte en la que menciona que podemos estar ocupando un espacio sin estarlo aprovechando. Primeramente, debemos tener claro que fuimos plantados por el Señor. Como dice que el hombre había plantado su higuera, estamos donde estamos porque Dios nos plantó, Él nos escogió. Si estamos en Su iglesia, es porque Él nos ha puesto allí. Pablo dice en Corintios que Dios nos ha colocado como Él quiso. Si hoy estamos donde estamos, debemos aprovecharlo.

A veces, lo único en lo que estamos plantados y somos fieles es en el lugar en el que nos sentamos. ¿Se ha dado cuenta de que a veces ya sabemos dónde va cada persona? ¿Hay una razón en particular por la que escoge ese lugar? Es decir, ¿es el lugar con la temperatura exacta, o porque desde ahí tiene una mejor recepción del tema? Además, es el lugar indicado para tener la gente cerca o distante. ¿Así también es en su casa? ¿Tiene su silla especial? Lo cierto es que cuando alguien no está donde suele estar, también nos damos cuenta de que no vino, porque ese lugar está vacío.

Pero la Biblia dice que a veces, aunque estamos en un buen lugar, no estamos aprovechando la tierra en la que estamos porque no estamos produciendo de acuerdo al lugar. ¿Ha tenido la sensación de que podría hacer más de lo que hace? O, ¿alguna vez se ha puesto a pensar que está en un buen lugar para crecer? Tiene lo necesario para poder crecer y fructificar. Tal vez a veces nos hace falta cambiar un poco de lugar, quién sabe, igual y nos llega a gustar.

En ocasiones, nosotros mismos vemos señales que nos están diciendo que tenemos un terreno que podríamos aprovechar más. A lo mejor sentimos estancamiento, si estamos funcionando, pero en lo personal no estamos creciendo. Por otro lado, otra señal es que podemos sentir que no estamos contribuyendo lo suficiente o lo que deberíamos. Como se dice, no estamos dando el fruto esperado, como la higuera que estaba en buen lugar y era atendida, pero que no estaba produciendo. Otra señal puede ser la vida meramente religiosa, donde solo cumplimos con la dinámica de un servicio: cantar, orar, leer, asistir, pero nuestra relación con Dios no está funcionando.

Que este sea tu año

“Señor —contestó el viñador—, déjala todavía por un año más, para que yo pueda cavar a su alrededor y echarle abono. Tal vez así, más adelante dé fruto; de lo contrario, córtala.” Lucas 13:8-9

El caminar en el Señor es como cuando adquieres un programa o plataforma y te dan tu período gratis. Pues sabes qué: ¡se te acabó tu prueba gratuita! Comienza tu período premium. Algunos ya tienen rato que debieron haberlo comenzado, pero reinician su período de prueba. ¿Qué tal que ya se te acabaron tus tres años de prueba gratuita?

Lo cierto es que muchas veces Dios ha invertido en nosotros: nos ha dado tiempo, oportunidades, Palabra, llamados, correcciones, misericordia, como dice la Biblia, que no se pueden numerar. Pero seguimos en modo prueba gratuita, recibiendo, pero sin producir. ¡Y en algún punto, se espera un fruto!

Lo cierto es que si cada año vivimos la misma experiencia, pero no sentimos que crecemos en el Señor, es porque muchas veces confundimos la emoción con la decisión. ¿Ha tenido ese sentimiento emocionante pero nada más? Pero la decisión es la que hace la diferencia. La intención es buena, pero la decisión es la que nos lleva a dar frutos.

A veces cometemos el error de dejar todo al tiempo. Es como la higuera para el próximo año, va a dar, y luego para el próximo año, y así tres años, y nada. A veces tomamos decisiones solo cada inicio del año. Para ver el fruto, debemos ser intencionales. Debemos comprometernos. El tiempo no es suficiente.

Pero sobre todo, la parte difícil es que Dios trabaje en nosotros. Como dijo el viñador, "yo voy a cavar y abonar". Cuando Dios trabaja en nosotros, puede ser incómodo porque Dios hace cambios en nuestras vidas que pueden ser dolorosos. A veces, al cavar, tiene que remover cosas en nosotros, como hábitos o relaciones que no nos están ayudando. Cuando cava en nuestras vidas, nuestras raíces se ven expuestas, y es ahí donde nos damos cuenta de lo que nos está alimentando. ¿Qué es lo que nos mueve? ¿Cuáles son nuestros intereses? Y lamentablemente, Dios no está en primer lugar.

A veces el proceso es como el abono: “apesta”, no es lo que queremos. No nos gusta nuestra vida. Pienso en José, muchas veces con todas las incomodidades que vivió en el camino. No fue agradable. ¿En algún punto se preguntó por qué le iba tan mal? Pero todo era parte de un proceso para mejorarlo. Dios lo estaba abonando, puliendo, convirtiéndolo en el hombre con las cualidades necesarias. A veces nosotros no avanzamos porque no nos gustan las dificultades, y al evitarlas, no somos pulidos ni mejorados. Cuando llegue la oportunidad, no estaremos listos porque no quisimos pasar por el proceso del abono. La próxima vez que sientas que tu vida apesta, piensa que tal vez es el proceso de abono en tu vida.


Dios, en Su infinita paciencia, nos da tiempo para que mostremos el fruto que Él espera de nosotros y que  no solo vivamos de la apariencia. Pero también nos recuerda que hay un propósito detrás de cada etapa en nuestras vidas. No eres un adorno más en Su viñedo; no estás ahí para solo verte bien. Él quiere que nuestra vida tenga impacto, que demos fruto y que seamos útiles para Su reino.

El proceso de cavar y abonar puede ser incómodo, incluso doloroso, pero es necesario. Si en este momento sientes que te falta ese fruto o que el proceso te ha dejado exhausto, recuerda que Dios está trabajando en ti. Él te está preparando para algo más grande, y la paciencia y la disposición para crecer en Él son las claves para que, en Su tiempo, veas ese fruto abundante.

No sigas en la rutina de estar ocupando espacio sin propósito. Este es el momento para reflexionar: ¿Estamos produciendo lo que Dios espera de nosotros? O tal vez, necesitamos un cambio de dirección, un compromiso real con lo que Él quiere hacer en nuestras vidas.

Si no damos fruto, entonces Él, con todo el amor y sabiduría, sabe que es hora de corregirnos. Así que, no dejes pasar más tiempo sin examinar qué estás haciendo con el terreno que Él te ha dado. Aprovecha el lugar, la oportunidad y el tiempo para producir el fruto que honre Su nombre.


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