El despertar de la fe
¿Alguna vez se le ha movido su mundo, su comodidad, y de repente se encuentra en una situación inesperada? A menudo, la vida nos sorprende con giros que desafían nuestras expectativas y nos llevan fuera de la zona de confort que habíamos construido meticulosamente. En esos momentos de cambio radical, cuando lo conocido se desvanece y lo desconocido emerge ante nosotros, es donde a menudo se forja nuestra relación con la fe.
Eso es precisamente lo que yo podía ver cuando leí la historia de la mujer sunamita. La biblia nos muestra un relato que nos da una visión de lo complicado que es el ser humano y la complicada relación que hay entre la vida diaria y la fe.
La historia comienza con un un cuadro muy común en la vida de muchos cristianos. En medio de una vida que fluye en rutinas familiares y deberes hogareños, encontramos a la mujer sunamita. Su nombre no se registra, pero su historia es tan real que creo muchos nos sentiremos identificados.
Aconteció también que un día pasaba Eliseo por Sunem; y había allí una mujer importante, que le invitaba insistentemente a que comiese; y cuando él pasaba por allí, venía a la casa de ella a comer. 9 Y ella dijo a su marido: He aquí ahora, yo entiendo que este que siempre pasa por nuestra casa, es varón santo de Dios. 10 Yo te ruego que hagamos un pequeño aposento de paredes, y pongamos allí cama, mesa, silla y candelero, para que cuando él viniere a nosotros, se quede en él. 2 Reyes 4.8-10
Este es el cuadro natural de muchos buenos cristianos, que tienen amor y devoción por la obra de Dios. Sin embargo para esta mujer su vida daría un giro completamente inesperado. El día que en medio de sus tareas diarias, en su propia casa, recibe una promesa que desafía la lógica y contradice sus circunstancias: ella tendría un hijo. Aquí, en este momento crucial, nace el despertar de la fe. Una chispa que se encendería en lo más profundo de su ser, desafiándola hacia la comprensión más profunda de lo que significa confiar en Dios en medio de lo imposible.
El relato nos muestra tres situaciones en las que nuestra fe se ve desafiada a despertar. Desde el titubeo en la promesa divina, pasando por los desafíos que nos mueven al crecimiento espiritual y el silencio de Dios que muchas veces experimentamos, estoy seguro que muchos nos sentiremos identificados porque encontraremos en la historia de la mujer sunamita un reflejo de nuestros propios anhelos, dudas y triunfos.
Fe Titubeante
Y aconteció que un día vino él por allí, y se quedó en aquel aposento, y allí durmió. 12 Entonces dijo a Giezi su criado: Llama a esta sunamita. Y cuando la llamó, vino ella delante de él. 13 Dijo él entonces a Giezi: Dile: He aquí tú has estado solícita por nosotros con todo este esmero; ¿qué quieres que haga por ti? ¿Necesitas que hable por ti al rey, o al general del ejército? Y ella respondió: Yo habito en medio de mi pueblo. 14 Y él dijo: ¿Qué, pues, haremos por ella? Y Giezi respondió: He aquí que ella no tiene hijo, y su marido es viejo. 15 Dijo entonces: Llámala. Y él la llamó, y ella se paró a la puerta. 16 Y él le dijo: El año que viene, por este tiempo, abrazarás un hijo. Y ella dijo: No, señor mío, varón de Dios, no hagas burla de tu sierva. 17 Mas la mujer concibió, y dio a luz un hijo el año siguiente, en el tiempo que Eliseo le había dicho. 2 Reyes 4.11-17
Nuestro deseo no expresado. La mujer sunamita era estéril y no tenía hijos, lo cual en la cultura de la época podía ser una fuente de tristeza y vergüenza. La mujer recibe la promesa de un deseo no expresado.
Esta bendición inesperada no solo demostró el poder de Dios a través de Eliseo, sino que también muestra cómo Dios ve y conoce nuestros deseos más profundos, incluso cuando no los expresamos con palabras.
La historia nos enseña que Dios es un Dios amoroso y atento que conoce nuestras necesidades y anhelos, incluso cuando no los articulamos. A veces, Dios puede sorprendernos al responder a deseos no expresados y brindarnos bendiciones que ni siquiera sabíamos que necesitábamos. La historia también resalta la importancia de la fe y la confianza en Dios, incluso cuando sus acciones pueden parecer sorprendentes o inesperadas.
La fe titubeante: esa fluctuación emocional y mental que todos en algún momento hemos enfrentado cuando las promesas de Dios desafían nuestra comprensión y circunstancias. Me llama la atención como la mujer reacciona ante el anuncio, ¿Cuál sería su reacción ante una noticia así? En la mujer encontramos un reflejo de nuestras propias luchas internas cuando enfrentamos promesas divinas que parecen demasiado buenas para ser verdad.
En momentos en que Dios nos promete algo que contradice nuestra lógica y situación actual, nuestras dudas y preocupaciones pueden manifestarse poderosamente. Especialmente me conmueve cuando la mujer dice: No, señor mío, no engañes a tu sierva, pone de manifiesto el diálogo interno que muchos de nosotros experimentamos. Tememos que nuestras esperanzas se vean aplastadas y que enfrentemos una decepción abrumadora.
Sin embargo, la belleza de esta historia radica en el enfoque de Dios hacia nuestras dudas. La reacción de la mujer sunamita no provoca rechazo de Dios, sino que es acogida con paciencia y compasión. En lugar de enojarse ante su incredulidad, Dios invita a la mujer a acercarse con sus inquietudes. Esto resalta un aspecto crucial de la naturaleza de Dios: Su amor y gracia no disminuyen por nuestras dudas. En cambio, Él busca fortalecer nuestra fe a través de esos momentos de cuestionamiento.
Dios es paciente con nuestras dudas. La historia de la mujer sunamita es un recordatorio de que nuestras preguntas y dudas no nos separan de Dios; de hecho, pueden ser un trampolín hacia una fe más profunda. A través de las Escrituras, vemos que Dios a menudo se relaciona con personas que tienen dudas sinceras, desde Tomás hasta Gedeón. Él no teme nuestras dudas, sino que desea trabajar a través de ellas para conducirnos a una fe más madura y arraigada. Esto es muy diferente a cuando la gente muestra una incredulidad obstinada.
Por lo tanto, en lugar de retroceder cuando enfrentamos dudas, podemos adoptar una postura de búsqueda activa. Las dudas pueden ser catalizadores para un mayor entendimiento de las promesas y los propósitos de Dios. Así como la mujer sunamita aprende a confiar más profundamente a lo largo de su historia, también podemos enfrentar nuestras dudas con la seguridad de que Dios nos invita a acercarnos a Él y a permitir que nuestra fe se fortalezca en el proceso.
Crecimiento de la Fe:
18 Y el niño creció. Pero aconteció un día, que vino a su padre, que estaba con los segadores; 19 y dijo a su padre: ¡Ay, mi cabeza, mi cabeza! Y el padre dijo a un criado: Llévalo a su madre. 20 Y habiéndole él tomado y traído a su madre, estuvo sentado en sus rodillas hasta el mediodía, y murió. 21 Ella entonces subió, y lo puso sobre la cama del varón de Dios, y cerrando la puerta, se salió. 22 Llamando luego a su marido, le dijo: Te ruego que envíes conmigo a alguno de los criados y una de las asnas, para que yo vaya corriendo al varón de Dios, y regrese. 23 Él dijo: ¿Para qué vas a verle hoy? No es nueva luna, ni día de reposo.[a] Y ella respondió: Paz. 24 Después hizo enalbardar el asna, y dijo al criado: Guía y anda; y no me hagas detener en el camino, sino cuando yo te lo dijere. 25 Partió, pues, y vino al varón de Dios, al monte Carmelo. 2 Reyes 4,18-25
Dios quiere que tu fe crezca. Esta historia nos recuerda que la fe no es un estado estático, sino un camino de contante crecimiento. A medida que la mujer sunamita enfrenta pruebas y desafíos aparentemente insuperables, descubre que estas experiencias solo hacen que su fe se vuelva cada vez más grande. La pérdida de su hijo es un revés doloroso e inesperado, que se convierte en un horno donde su fe se hace más fuerte.
De manera similar, en nuestras propias vidas, los obstáculos y las dificultades pueden servir como plataformas para el crecimiento espiritual. En medio de nuestras pruebas, Dios nos está invitando a confiar en Él en niveles más profundos. Nuestra respuesta a estos desafíos puede definir el rumbo de nuestra fe: ¿nos hundiremos en la desesperación o nos apoyaremos en la fidelidad de Dios?
La vida también es difícil. Es importante comprender que la historia de la mujer sunamita no es solo sobre el milagro de recibir un hijo, sino también sobre cómo enfrenta la adversidad y la pérdida. A veces, Dios nos bendice con cosas que no hemos pedido, como en el caso del hijo de la mujer. Sin embargo, también debemos recordar que la vida está llena de altibajos, y a veces enfrentamos desafíos difíciles, como la muerte del hijo en esta historia.
No has llegado al limite de tu fe. La historia también nos enseña que el crecimiento de la fe no se limita a un solo momento de triunfo. La fe arraigada se desarrolla con el tiempo a medida que continuamos experimentando la fidelidad de Dios en nuestras vidas. Cada desafío superado, cada oración respondida, cada situación en la que vemos la mano de Dios obrando, contribuye a la construcción de una fe más sólida y madura.
La mujer sunamita no se queda atrapada en la duda, sino que permite que sus experiencias la conduzcan hacia una fe más profunda y madura. Del mismo modo, somos llamados a no permitir que nuestras luchas nos paralicen, sino a usarlas como trampolines para impulsarnos hacia una fe más arraigada y significativa. Al hacerlo, honramos el camino de crecimiento espiritual que Dios tiene para nosotros y descubrimos que en cada desafío hay una oportunidad para fortalecer nuestra relación con Él y experimentar una fe que es más grande de lo que habíamos imaginado.
La prueba de la fe
Y cuando el varón de Dios la vio de lejos, dijo a su criado Giezi: He aquí la sunamita. 26 Te ruego que vayas ahora corriendo a recibirla, y le digas: ¿Te va bien a ti? ¿Le va bien a tu marido, y a tu hijo? Y ella dijo: Bien. 27 Luego que llegó a donde estaba el varón de Dios en el monte, se asió de sus pies. Y se acercó Giezi para quitarla; pero el varón de Dios le dijo: Déjala, porque su alma está en amargura, y Jehová me ha encubierto el motivo, y no me lo ha revelado. 28 Y ella dijo: ¿Pedí yo hijo a mi señor? ¿No dije yo que no te burlases de mí? 29 Entonces dijo él a Giezi: Ciñe tus lomos, y toma mi báculo en tu mano, y ve; si alguno te encontrare, no lo saludes, y si alguno te saludare, no le respondas; y pondrás mi báculo sobre el rostro del niño. 30 Y dijo la madre del niño: Vive Jehová, y vive tu alma, que no te dejaré. 31 Él entonces se levantó y la siguió. Y Giezi había ido delante de ellos, y había puesto el báculo sobre el rostro del niño; pero no tenía voz ni sentido, y así se había vuelto para encontrar a Eliseo, y se lo declaró, diciendo: El niño no despierta. 2 Reyes 4.25-31
El silencio de la fe. Entre mas leo la historia más me conmueve. Quiero enfocarme esta vez no en la sunamita sino en Eliseo, no solo es la fe de la mujer la que está moviéndose aquí sino también Giezi y el profeta experimentan lo que creo que muchos hemos vivido y es el silencio de Dios. Eliseo no comprende la causa de la tristeza de la mujer refleja un aspecto de la relación con Dios que muchos de nosotros enfrentamos. En momentos en los que buscamos desesperadamente respuestas, dirección o consuelo divino, a veces nos encontramos en medio de un misterioso silencio.
A menudo, Dios guarda silencio por razones que no comprendemos en ese momento. Puede ser para enseñarnos paciencia, para fortalecer nuestra dependencia de Él y para ayudarnos a liberar nuestras ideas preconcebidas sobre cómo deben suceder las cosas, algo muy común en los cristianos que está acostumbrados a que las cosas pasen siempre del mimo modo. La fe en el silencio implica reconocer que Dios actúa de maneras que a veces no podemos percibir de inmediato, pero que Su fidelidad es constante y segura.
En lugar de permitir que el silencio erosione nuestra fe, podemos aprovecharlo como una oportunidad para profundizar nuestra relación con Dios. Es un llamado a mirar más allá de las circunstancias inmediatas y a recordar que nuestra fe no se basa en lo que vemos o entendemos, sino en la naturaleza inmutable y confiable de Dios. A medida que nos aferramos a la fe en el silencio, nos entrenamos para confiar en Dios incluso cuando no vemos resultados inmediatos y para creer que Él está obrando detrás de escena de maneras que superan nuestra comprensión humana.
Finalmente llegamos al punto en el que Eliseo tiene que presentarse en el lugar, Dios no le mostró primero que tenía ella, la orden de que Giezi pusiera su bastón sobre el niño no funcionó ¿que está pasando?
32 Y venido Eliseo a la casa, he aquí que el niño estaba muerto tendido sobre su cama. 33 Entrando él entonces, cerró la puerta tras ambos, y oró a Jehová. 34 Después subió y se tendió sobre el niño, poniendo su boca sobre la boca de él, y sus ojos sobre sus ojos, y sus manos sobre las manos suyas; así se tendió sobre él, y el cuerpo del niño entró en calor. 35 Volviéndose luego, se paseó por la casa a una y otra parte, y después subió, y se tendió sobre él nuevamente, y el niño estornudó siete veces, y abrió sus ojos. 36 Entonces llamó él a Giezi, y le dijo: Llama a esta sunamita. Y él la llamó. Y entrando ella, él le dijo: Toma tu hijo. 37 Y así que ella entró, se echó a sus pies, y se inclinó a tierra; y después tomó a su hijo, y salió. 2 Reyes 4.32-37
A veces Dios permite que las circunstancias sean difíciles, confusas o incluso aparentemente desesperadas, y no revela inmediatamente la solución o el propósito detrás de ellas. En la historia de la mujer sunamita, Eliseo no comprende completamente la situación, Giezi no logra traer vida al niño y el niño no resucita inmediatamente cuando Eliseo llega, todo parece completamente oscuro
La oscuridad de la fe puede ser un momento de gran desafío para nuestra confianza en Dios. Nos obliga a confiar en Dios incluso cuando no entendemos completamente lo que está sucediendo o por qué las cosas están ocurriendo de esa manera. Es un llamado a mantener nuestra fe en medio de la incertidumbre y continuar confiando en que Dios tiene un propósito mayor, incluso cuando no podemos verlo claramente en ese momento. La oscuridad de la fe puede ser una oportunidad para fortalecer nuestra relación con Dios, para aprender a confiar en Su sabiduría y para crecer en nuestra dependencia de Él en todas las circunstancias.
Esta oscuridad de la fe puede ser un momento de gran desafío para nuestra confianza en Dios. Nos obliga a confiar en Dios incluso cuando no entendemos completamente lo que está sucediendo o por qué las cosas están ocurriendo de esa manera. Es un llamado a mantener nuestra fe en medio de la incertidumbre y continuar confiando en que Dios tiene un propósito mayor, incluso cuando no podemos verlo claramente en ese momento. La oscuridad de la fe puede ser una oportunidad para fortalecer nuestra relación con Dios, para aprender a confiar en Su sabiduría y para crecer en nuestra dependencia de Él en todas las circunstancias.
La historia de la mujer sunamita nos recuerda que la fe no siempre se desarrolla en la claridad y la comodidad. A veces, nos enfrentamos a situaciones que desafían nuestra comprensión y ponen a prueba nuestra confianza en Dios. A pesar de la oscuridad de la fe, esta historia nos muestra que Dios sigue obrando en medio de nuestras dudas y dificultades. A través de la prueba de la fe, somos llamados a confiar en la soberanía de Dios, a crecer en paciencia y a profundizar nuestra relación con Él. Aunque no siempre entendamos el porqué de las circunstancias, podemos confiar en que Dios está obrando en formas que van más allá de nuestra comprensión, moldeando nuestra fe y llevándonos a una confianza más profunda en Su plan perfecto.
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