El hijo distante


El niño distante


Durante esta serie hemos estado hablando de algunos personajes bíblicos desde la perspectiva de su niñez o adolescencia. Y para este Día del Padre pensé en un personaje que creo que es perfecto para el tema, ya que se trata de seguir hablando de esas crisis de la infancia, pero también de hablar un poco de la relación entre padres e hijos, y en especial desde la perspectiva de un padre.


Y me refiero al hijo pródigo. Algo que me he preguntado es: ¿quién le puso ese nombre? Porque la Biblia no lo llama así. Pero en algún momento alguien lo nombró así porque se describe que fue un hijo que derrochó su herencia. De ahí viene la palabra pródigo, que significa derrochador o despilfarrador.

Pero hoy quiero hablar de él yendo un poco más atrás. Sabemos lo que hizo y las consecuencias que tuvo, pero pocas veces tratamos de entender el por qué. Y justamente de eso se trata esta serie: no solo ver el mal y el remedio, sino a veces mirar más profundo. No quedarnos solo con lo que hizo mal, sino preguntarnos por qué lo hizo, porque solo así podemos entender cómo trabajar ese mal desde la raíz.

A veces, cuando vemos las historias en la Biblia, solo nos enfocamos en lo que pasó "después": el fracaso, el pecado, la redención. Pero pocas veces nos detenemos a pensar en el proceso que llevó a esa persona hasta ahí. ¿Qué sintió? ¿Qué lo empujó a actuar así? ¿Qué había en su corazón antes del error?

Porque detrás de cada caída, de cada alejamiento, muchas veces hay heridas que empezaron mucho antes. Heridas que no siempre se ven, pero que afectan cómo pensamos, cómo reaccionamos y cómo nos relacionamos con los demás y en este caso especialmente con nuestros padres.

Así que, para mí, más que un hijo derrochador, la Biblia nos muestra a un hijo distante. Y de eso quiero hablar hoy: de por qué muchos hijos se vuelven distantes.




1. Rompiendo el vínculo

"También dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente."
Lucas 15:11-13

La historia comienza como muchas de nosotros: con un padre que ama a sus hijos, pero con hijos que procesan ese amor de forma muy diferente. A veces podemos crecer en la misma casa, con los mismos papás, y aun así tener recuerdos muy distintos. Eso nos dice que la infancia nos marca. Tal vez uno recuerda más la atención, y otro más la ausencia. Tal vez uno sintió cuidado, y otro sintió abandono, aunque vivieron lo mismo. Cada hijo percibe y guarda cosas distintas en su corazón, y eso hace que vean la vida de forma diferente.

En esta historia, el hijo menor pide la herencia. A veces los hijos menores pueden ser más consentidos por ser los chiquitos, o al revés, pueden ser más ignorados porque los padres ya están cansados o sienten que "ya saben cómo criar". Pero lo cierto es que este hijo hace una petición que muestra frialdad: quiere su herencia mientras su papá aún vive. Es como decirle: "No puedo esperar a que te mueras." No hay afecto, no hay conexión, solo una transacción: “Dame lo que me toca”.

Y algo que siempre ha llamado la atención es la actitud del padre. No discute, no lo retiene, no lo obliga a quedarse. Lo deja ir. Y eso también es una realidad: hay procesos que no se pueden forzar. Hay cosas que el corazón necesita entender por sí solo. A veces los padres necesitan soltar, aunque duela, para que los hijos puedan abrir los ojos y evaluar su camino.

También llama la atención la prisa del hijo. Dice que "no muchos días después" se fue. O sea, no solo quería la herencia, ya tenía planeado irse. Por eso decimos que no fue un hijo rebelde, fue un hijo distante. Ese día se fue físicamente, pero por dentro ya se había ido desde antes. Su cuerpo estaba en casa, pero su corazón ya no. Las relaciones no se rompen de un día para otro; se van enfriando, se van desconectando poco a poco.

Dice que se fue a una "provincia apartada". No estaba buscando mejorar, ni una oportunidad de crecer. Lo que buscaba era distancia. Quería cortar el vínculo. Y al mismo tiempo, estaba tratando de llenar vacíos que llevaba dentro desde antes. Vacíos que no sabía cómo sanar.

Y dice que vivió “perdidamente”. Tenía un plan, pero no tenía dirección. Tenía recursos, pero no tenía identidad. No solo estaba malgastando su herencia, estaba malgastando su vida. Su forma de vivir mostraba cómo estaba por dentro: perdido. No era independencia lo que buscaba, era una manera de llenar vacíos no resueltos. Quería comerse el mundo… pero estaba roto por dentro.

¿Qué pasa en la tierra lejana? El hijo cree que necesita experiencias… pero necesita hogar. Se autoengaña: “esto me hará feliz”, pero lo hunde más. Entra en crisis. Pierde su valor. Olvida quién es. Se autocastiga: “ya no soy digno de ser llamado hijo…” Muchos adultos están ahí: en tierra lejana, viviendo lejos de su esencia. Personas que no se han perdonado, que no saben cómo volver a ser amadas.

Todo esto nos deja algunas lecciones importantes:

Muchos hijos no se alejan por odio, sino por vacíos que no saben cómo llenar.
El hijo pródigo no odiaba a su padre. Simplemente no sabía cómo amarlo.
No todo lo que parece rebeldía es maldad. A veces solo es el reflejo de heridas que nadie ha atendido.
Algunos hijos no están perdidos, están rotos… y necesitan ayuda.

¿Por qué se alejan los hijos?
Porque no saben quiénes son.
Porque sienten que no encajan.
Porque confunden control con amor.
Porque han aprendido a no expresar lo que sienten.



Viviendo lejos y vacío


Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. 15 Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. 16 Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Lucas 15.14-16

Esta parte no solo es una descripción de su vida sino una representación de su interior. Ahora está lejos de su casa, de su padre, pero si lo vemos mas de cerca también lejos de sí mismo. La carencia no empieza desde afuera sino desde adentro. También leemos que lo malgastó todo y no solo se refiere a la economía sino a todo. Su herencia, su oportunidad, su tiempo y hasta su dignidad. No tenía experiencia, quizas tenía entusiasmo, pero no su padre que le diera dirección. Quiso libertad, pero no supo usarla. Y cuando se terminó el dinero, llegó el golpe más fuerte: vino una gran hambre.

Todo se complicó para él. Es increíble como las cosas pueden cambiar drásticamente. Él pensó que con dinero y distancia sería feliz, pero no planeó los imprevistos. Nadie planea la crisis. Nadie espera el hambre. Nadie espera tocar fondo, sobre todo cuando se trata de un joven inexperto.

Ahí viene otra palabra interesante: “se arrimó”. Tal vez algunos dirían que fue humilde, pero otros pueden verlo como una muestra de su desesperación. No sabemos si de ahí viene la expresión "andar de arrimado", pero lo cierto es que buscó un lugar donde pudieran recibirlo, pero ahora ya no es tratado como hijo, se tendría que ganar el pan, así que lo pusieron como trabajador. Y ni siquiera un buen trabajo. Lo más bajo. Lo más humillante para un judío: cuidar cerdos. Su caída fue muy grande sin duda.

Sintió que no estaba cómodo en la casa de su padre, pero ahora tampoco encajaba en esa tierra. No era de ahí. No tenía nombre, ni pertenencia, ni dignidad. Se fue de la casa de su Padre pensando que encontraría su lugar y en realidad perdió todo. Pensó que podría solo, pero no se dio cuenta que no se trataba de cambiar de lugar, sino de cambiar de corazón.

La biblia dice que deseaba llenar su estómago con lo que comían los cerdos… pero nadie le daba. Eso es fuerte. Que gran lección le estaba dando la vida.Porque nos muestra que no solo estaba vacío por dentro, también por fuera. La tierra donde creyó que sería libre no lo alimentó. Ni siquiera con lo que comían los animales. Lo que había idealizado como “vida mejor” terminó siendo una decepción.

Y hay algo más. Más adelante, cuando el hermano mayor se queja con su padre, nos da otro dato: dice que su hermano malgastó todo en rameras. Y eso nos da capa más de su vacío. Gastó su dinero en placeres momentáneos.

Y aquí la pregunta no es si buscaba sexo, probablemente buscaba conexión. Buscaba afirmación. Buscaba llenar un hueco por dentro que llevaba desde antes. A veces los vacíos no se notan por fuera, pero por dentro son un desorden que se refleja en nuestras decisiones.

Y esto también explica por qué, a veces, hay personas a las que les cuesta ser felices en una relación con alguien así. Porque no importa cuánto amor les des, no logran llenar ese vacío. Y no es porque no los amen, sino porque están rotos por dentro, y lo que necesitan no es compañía, sino sanidad emocional.

Entonces, lo intentan llenar con una relación, con una persona, con atención… pero nada alcanza, porque ese hueco no lo tapa otro ser humano, lo tapa Dios. Lo tapa el amor verdadero. Lo tapa la restauración interior.

No podemos asegurar muchas cosas, pero algo que llama la atención es que nunca se menciona a la madre en esta historia. Y muchas veces, cuando un hombre crece con una figura materna ausente o con heridas afectivas, puede intentar llenar ese vacío buscando atención femenina. Pero no amor verdadero, sino algo que confunde con amor… algo que en el fondo sabe que no le llena, pero le distrae del dolor.

Esto pasa más seguido de lo que pensamos: hombres (y mujeres también) que buscan en otras partes, en relaciones rotas o en vicios, algo que nunca recibieron en casa. O algo que recibieron mal. Y porsupuesto no es que odien su hogar, es que no supieron cómo quedarse porque nunca se sintieron completos.

Y lo más fuerte es que, aunque no lo sabía, lo que más necesitaba no era dinero ni placer… sino volver a casa. Volver al lugar donde había un padre dispuesto a amar, incluso sin entenderlo todo.

Así que tiene que llegar a un punto en el que no encuentra salida. Siempre hemos dicho que a veces las personas tienen que llegar a puntos de vacío para valorar lo que se tenía. Y que si queremos que alguien entienda a veces es mejor soltar. Este hijo no iba a extrañar a su padre hasta que se encontrara con la realidad de vivir sin él. Si el padre lo hubiera retenido la idea de irse de la casa siempre hubiera estado en su corazón.

Este punto nos deja claro algo: El problema no era su padre. El problema no era la casa. El problema era el vacío que llevaba adentro. El problema no era que se fuera el problema es cómo se fue. Se fue sin identidad. Se fue sin resolver algo que muchos les cuesta entender. Se fue con un corazón que no estaba listo no estaba preparado para lo que enfrentaría. Y eso es algo que puede pasar con muchos: se alejan esperando encontrar algo allá afuera, pero terminan más perdidos que antes.

Regresando al Padre

Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! 18 Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. 19 Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.  Lucas 15. 17-19

Una frase que siempre me ha llamado la atención es esa que dice: “Volviendo en sí”.
Como si se hubiera desmayado. Como si durante todo este tiempo no hubiera sido él mismo. Como si por fin despertara de un estado en el que perdió su identidad, su sentido, su valor. Y es que eso fue lo que pasó: no sabía quién era.

En ese momento no recuerda la casa de su padre solo como un lugar de comida o provisión. Recuerda la paz. El orden. La dignidad. La seguridad. Lo que representaba para él. Dicen que amamos a las personas por lo que son pero tambien por lo que nos hacen sentir. Alegría, felicidad, paz. Y eso es lo que él recordó de la casa de su padre un escenario de seguridad de jornaleros comiendo al atardecer posiblemente riendo y eso es lo que añoró. Y entonces toma una decisión.

Y levantándose, vino a su padre... Lucas 15.20a

Pero algo muy importante es esto: no basta con pensar. No basta con recordar. No basta con imaginar cómo pudo haber sido. Hay gente que recuerda, que añora, que se lamenta. Pero no se levanta. No cambia. No toma decisiones.

Y es que esta serie no es para justificar malas decisiones. Es para que alguien diga: “Mi vida fue así… pero por eso quiero cambiar.”Porque también puede pasar lo contrario otros pueden decir:“Mi vida fue así… y por eso no puedo cambiar.”

La diferencia está en la determinación. Él se levantó.

Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. 21 Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. 22 Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. 23 Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; 24 porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse. Lucas 15.21.24

Y cuando se levantó, descubrió algo que no esperaba: el padre lo estaba esperando.
A lo lejos. Como si todos los días se asomara, solo para ver si por fin su hijo venía de regreso. Él quería distancia y el padre se la dio. Porque el amor no obliga. Pero nunca dejó de amar. Nunca dejó de pensar en él. Seguramente lloró por él. Seguramente se preocupó de como estaría viviendo su día a día. Porque cuando hay distancia emocional en una familia, no solo sufre el que se va. También sufre el que se queda. Pero el Padre en el fondo sabía que regresaría.

Y aquí viene algo importante. Sí, el hijo tenía vacíos no resueltos. Pero eso no justifica todo lo que hizo mal. Porque en muchas familias hay crisis, hay distancias, hay heridas. Pero eso no siempre es culpa de los padres. A veces hace falta que los hijos revisen cómo han interpretado el amor que se les dio. Tal vez fue un amor imperfecto, pero fue amor al fin. Y tal vez malentendieron la firmeza como frialdad, o el cuidado como control.

El hijo no solo volvió a casa. Volvió a su verdadera identidad. La que siempre tuvo, pero no había visto. Hasta el hermano mayor se sorprende de cómo lo reciben. Pero es que cuando alguien está herido… no ve lo que realmente vale. No importa que haya sido amado. Lo duda. Y sin embargo, el padre lo restaura. Le devuelve la dignidad. La túnica. El anillo. Las sandalias.

La distancia que él mismo creó, ahora es sanada. Esto también es una invitación para nosotros: A restaurar distancias. A sanar heridas. A dejar de vivir desde el pasado, y recuperar lo perdido. Porque no importa cuánto te hayas alejado el Padre sigue amando y todavía te está esperando.

No todos los hijos perdidos se han ido. Y no todos los que se fueron están

Tal vez alguien se ha sentido así. Como si no encajara, como si nadie realmente te entendiera. Tal vez no se han ido de casa, pero hace tiempo que su corazón se desconectó. Han estado cargando con vacíos, con dudas, con heridas que no saben cómo nombrar.

Han probado cosas para llenarse: gente, logros, distracciones… pero el hueco sigue ahí. Y es importante escuchar: No eres malo, estás herido. No estás perdido, estás buscando. Y el Padre nunca dejó de esperarte. Pero Él sigue viéndote como hijo. Y no te espera con reproches. Te espera con abrazos. Con una túnica limpia. Con un lugar en la mesa. Con amor sin condiciones.

Volver no es señal de debilidad, es señal de valentía. Reconocer que necesitas sanar no te hace menos, te hace un mortal con sentimientos. No lo pienses más. No vivas como alguien que no eres. Vuelve en ti. Vuelve al Padre. Vuelve a casa.

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